Las barreras generacionales se están borrando. La publicidad, las cirugías plásticas y la tecnología han creado un nuevo tipo de adulto que cada día se parece más a un adolescente.

Una frase popular dice que todo el mundo lleva un niño por dentro. Lo curioso es que ahora muchas personas también lo llevan por fuera. Adultos de 30, 40 y 50 años hoy se visten como adolescentes, comparten los mismos gustos musicales y consumen casi los mismos productos. Para la muestra está Ernesto*, un matemático de 45 años y padre de tres hijos que se resiste a adoptar la actitud tradicional de papá.

Aunque a su edad debería vestirse con saco y corbata, prefiere hacerlo con jeans y camisetas, las cuales a veces comparte con su hijo mayor. Con el del medio ha conformado una banda musical, y con el más pequeño se divierte horas frente a la consola de videojuegos, cuando regresa del trabajo. Si no fuera por su calva y sus canas, cualquiera diría que es un joven de 18.


El fenómeno de los adultos que parecen niños es global. En Estados Unidos se les llama ‘kidults‘. En Londres, estos personajes se visten de uniforme de colegio para ir a las fiestas, y en Latinoamérica se les conoce como ‘adultescentes‘. Wikipedia los define como personas de edad mediana (más de 40 años) que disfrutan siendo parte de la cultura joven o comprando cosas que son más adecuadas para los niños. «La única diferencia entre los juguetes de los niños y los de los adultos es el precio», dice Jorge Silva, director andino de negocios y mercadeo de Microsoft.

No hay que confundirlos con los llamados Peter Pan, adultos narcisistas y egoístas que se resistían a salir de sus casas maternas y que Dan Kiley descubrió en 1983 con su libro El síndrome de Peter Pan. A diferencia de éstos, los adultescentes son responsables y trabajadores, pero muchos comparten con los Peter Pan actitudes como postergar el momento de tomar decisiones cruciales: casarse, tener hijos o vivir en casa propia.


Tener una carga menor de responsabilidades les da una mezcla perfecta: alma de niños y billetera de adultos, lo cual los convierte en consumidores excelentes. Según la firma Nielsen, hay más televidentes entre 18 y 39 años viendo Cartoon Network que CNN; los clientes objetivo de las consolas de videojuegos no son los menores, sino los adultos hasta de 37 años. La firma danesa Lego creó una marca especial para los padres bajo el nombre de Afol, que significa Adultos Fanáticos de Lego; también pensando en su público mayor, el juego de mesa Risk sacó a la venta una edición de lujo con soldados de plomo a un precio de casi 450 dólares, y los zapatos de cuero, característicos del adulto profesional, se cambiaron por las zapatillas Puma.

En pocas palabras, para el mundo de la publicidad las fronteras entre una generación y otra se han borrado. Jaime Martínez, gerente de mercadeo y ventas para Colombia de Sony, considera que esto se debe a que hoy existe un lenguaje común que aglutina a grandes y chicos en un solo grupo. Es el idioma de la tecnología. Escribir emails, chatear o enviar mensajes de texto por celular son códigos que deben usar quienes quieren permanecer vigentes. Los jóvenes prácticamente nacieron con este lenguaje, pero los más viejos han tenido que adoptarlo para no quedarse atrás. Por eso, la edad ya no es una forma de segmentar el mercado. «Lo que hoy tenemos son estilos de vida», dice Martínez.

También hay que tener en cuenta que, gracias a los avances de la ciencia, el promedio de vida se ha prolongado, y esto ha facilitado que se diluyan los límites generacionales. Incluso se habla de que la niñez cada vez es más corta, y la adolescencia, más larga. Las cirugías plásticas ayudan a mantener esta tendencia. En cierta forma, la juventud es la que manda y «nadie quiere dejar de pertenecer a ese grupo porque ello significaría salir de circulación», dice la siquiatra Juliana Villate. Eso explica que tiendas como las de Apple en el mundo tengan visitantes de todas las edades, o que productos como el X Box, que cuestan entre 700.000 y un millón de pesos, no estén dirigidos sólo a los jóvenes sino también a los más mayorcitos. Y también que los jóvenes de 20 vayan a un concierto de los Rolling Stones a ver saltar a Mick Jagger, el curtido roquero de 62 años que bien podría ser su abuelo.

Aunque muchos lo ven como una tendencia simpática, que los de 35 y 45 vistan y actúen como adolescentes es para los expertos un problema porque implica una negación a asumir el paso del tiempo. También refleja que la gente no vive a plenitud cada etapa de la vida. Además, en esa franja se presenta un síndrome denominado la segunda adolescencia, en el que tanto hombres como mujeres desean vivir aquellas experiencias que no tuvieron de jóvenes. «Quieren ser amigos de los hijos, jugar lo mismo que ellos, hablar como ellos sin ver que hay una brecha generacional evidente», dice la sicóloga María Clara Arboleda. Para su colega Annie de Acevedo, esta actitud no sólo hace ver a los mayores ridículos, sino que los puede aislar. «Una señora de 50 no se puede ir a jugar Playstation mientras todas sus amigas juegan ‘bridge‘ porque se queda sola», dice la experta.

El joven está enseñándole al adulto, y para aprender, los mayores han tenido que relajar esas posiciones rígidas de otras épocas en las que ellos siempre tenían la razón. No hay duda de que esta tendencia tiene sus riesgos, como que no se valora la experiencia de los adultos mayores. Pero lo importante es no rechazar de entrada el fenómeno y detenerse a reflexionar sobre qué es un adulto en estos tiempos. En lugar de reprimir el niño que llevan dentro, puede que lo mejor sea que lo dejen salir. Quizás así vuelvan a encontrarse con un mundo en el que todo es sorprendente.

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