La ‘danza malandra’, la propuesta del bailarín venezolano Félix Oropeza Redacción julio 23, 2018 Danza Considerado uno de los referentes de la danza contemporánea del país latinoamericano, Oropeza cree que la crisis económica puede ser un motor creativo. El maestro Félix Oropeza fotografiado en el Teatro Teresa Carreño de Caracas. «Es imposible, al menos para mí, separar la influencia de la salsa en la danza», afirma el bailarín, docente y coreógrafo Félix Oropeza, uno de los referentes de la danza contemporánea venezolana. El «maestro», como lo llaman todos a su paso, nació en la parroquia San Agustín de Caracas, considerada la de mayor envergadura musical en la capital. Dicen que quienes nacen allí, al este del centro histórico caraqueño, son arrullados a ritmo de salsa, el género musical por excelencia en el Caribe. Fue su padre, quien también le heredó su nombre, el que lo estimuló desde niño para que aprendiera a bailar sala. «Él era un gran bailador», recuerda Félix Oropeza. Mientras que Elba Oropeza, su abuela materna, lo enseñó a bailar danzón, un ritmo de origen cubano que a principios del siglo XX se arraigó en México y fue popularizado en todo el continente en medio de la llamada edad de oro en su cine. Las calles que bailan «No es que todo el mundo baila en San Agustín», precisa la periodista Jessica Sosa, nacida en la parroquia, «es que el barrio tiene vida propia, se la pasa bailando y a una no le queda más que seguirle el paso». El bailarín Félix Oropeza durante la entrevista. Teatro Teresa Carreño, Caracas, Venezuela. / Cortesía Indira Carpio Olivo Cualquiera que visite sus calles, agrega la periodista, «sentirá que camina al ritmo de algún son. En San Agustín la salsa es consenso, encuentro, libertad y alegría». Primer acto: Bailes tradicionales Iniciado en el baile por su familia, Félix Oropeza no tardó en comenzar a caminar ese sendero del arte. En el Liceo Andrés Bello, donde cursó la secundaria, funcionaba el grupo de danzas Amigos del Folclore. «Me enganché con el aprendizaje del baile popular tradicional», relata el bailarín. Con ellos aprendió toda la gama de danzas venezolanas, que va desde las que tienen raíz africana, los distintos tipos de joropo, los bailes de las zonas andinas y los heredados de los indígenas. La profesión Al terminar la secundaria, ya podía imaginar el baile como forma de vida. Así, inició en el Instituto Nacional de Folclore y luego pasó por los reconocidos talleres de cultura popular impartidos por la Fundación Bigott. Además, suma una larga lista de agrupaciones venezolanas en las que se forma y consagra como bailarín: Coreoarte, NeoDanza, Taller de Danza Caracas y Danza Hoy, otrora compañía residente en el Teatro Teresa Carreño. Más tarde, se hizo licenciado en Docencia en Danza Contemporánea. El bailarín Félix Oropeza durante la entrevista. Teatro Teresa Carreño, Caracas, Venezuela. / Cortesía Indira Carpio Olivo Esa continua actividad se debió a que la danza contemporánea venezolana era, entre los años 80 y 90, «de las mejores de hemisferio», afirma Oropeza. Venezuela contaba entonces con 14 compañías independientes que exploraban una diversidad de discursos expresivos y contaban con un fuerte apoyo del Estado. Fueron estas compañías independientes las que fundaron el movimiento de la danza contemporánea en Caracas. El coreógrafo vivió una temporada en Canadá. Bailó para agrupaciones en Toronto, Montreal y Vancouver. De regreso a Caracas, crea la compañía de danza contemporánea Agente Libre, que en 2018 cumple 20 años de fundada. El maestro Félix Oropeza es un experimentado creador, con una larga lista de premios y reconocimientos, entre los más destacados el Premio Nacional de la Cultura 2009. Estudió y compartió escenarios con otros maestros de amplia trayectoria internacional, como Carlos Orta y David Zambrano. Con su actual compañía, experimenta en los movimientos del cuerpo desde una perspectiva propia. «Actualmente, la danza contemporánea es una danza local, que se corresponde con los atributos y el contexto socio cultural de cada país», explica el maestro. El bailarín durante la obra «Modelo a escala». / Cortesía Archivo Félix Oropeza Atrás quedó «la ola generalizadora» de la danza contemporánea, que en los años 90 impuso una forma única de expresión corporal. El reconocimiento de los contextos locales, explica el profesional, hace que no crea «que exista una danza contemporánea universal o global». Aunque persista una tendencia «globalizadora», Oropeza también observa que hay «particularidades en la forma de movernos. Y eso es fácilmente observable en Caracas, por ejemplo». Danza caraqueña El maestro de danza cree que «el cuerpo es de donde viene». Y él viene del barrio más salsero de Caracas. Oropeza ha dedicado sus estudios de maestría a investigar la manera en la que se mueven los cuerpos de la capital, una tesis que ha dado en llamar danza malandra. Según el bailarín, se trata de una «reflexión sobre la danza contemporánea venezolana, en proceso de descolonización». La propuesta, arriesgada desde su origen, sortea además las diferentes acepciones que el término ‘malandro’ tiene en América Latina. En Brasil, un malandro está asociado con la vida bohemia, las fiestas y los placeres, tal y como los retrató el cantautor Chico Buarque en el tema ‘Homenagem ao malandro‘. Mientras que en Colombia, México y Venezuela, malandro es sinónimo de delincuente. Cuerpos caribes Para Oropeza, su danza malandra «tiene que ver con las formas y la gestualidad de los cuerpos en los barrios populares de Caracas. También con el ‘agüajeo’ (alardeo), la forma de esquivarnos en la calle, o el uso que le damos a la boca para señalar objetos». Esta experimentación artística, que el maestro llama danza malandra, no es otra cosa que «la gestualidad irreverente del Caribe». El bailarín durante una de sus obras. / Cortesía Archivo Félix Oropeza Podría haberla llamado «danza cacri», acrónimo venezolano para «callejero y criollo». Pero existen personas a las que les molesta el uso de esos términos «por cuestiones de purismos artísticos», reclama el bailarín. Intérprete y maestro La bailarina venezolana Heysell Leal conoce a Oropeza como alumna y compañera de escena. En sus palabras, Félix, como intérprete, «es un energético espiral en movimiento, de formas y maneras infinitas. Se expresa con potencia. Tiene el control para manejar las texturas. Una de sus particularidades consiste en entender y disfrutar de la expansión del plexo solar». Como maestro, «pasa tiempo con su cuerpo y encuentra en él amplias formas de expresar lo que las palabras no pueden. Se empeña en transferir, casi de forma inmediata, sus más recientes conocimientos. Deja que nos adentremos en su visión de la danza, esa inacabada pasión por moverse y mover a otros». Así lo dibuja la bailarina. La Venezuela que danza Refiriéndose al contexto actual para las artes venezolanas, Oropeza explica que enfrentan dificultades para la producción, pero a la vez asume la crisis como un motor para generar nuevas alternativas estéticas. «Si actualmente hay una guerra económica, también hay una guerra estética», apunta. «Y, ¿quién maneja las estéticas?», se pregunta, toda vez que se responde: «los medios de comunicación». Montaje «La señora Venus y el diablo». / Cortesía Archivo Félix Oropeza Durante el año 2017, la compañía Agente Libre realizó una temporada con la obra ‘Plenos como la luna’, en la que retrató la otra cara de la migración venezolana. «No creo en irme del país, y aunque mucho se visualiza a las personas que emigran, muy poco se dice de los que nos quedamos y construimos y creamos a pesar de las adversidades. La fortaleza ética y espiritual de Venezuela está en la gente que se queda trabajando en medio de las circunstancias actuales», dice el bailarín. Se pregunta qué cuáles son los campos de trabajo para los nuevos intérpretes de la danza que gradúa la Universidad Nacional de las Artes. «Actualmente, sobreviven muy pocas compañías de danza contemporánea», asegura. Potencia del cuerpo Pese a que la danza es primordial en la cultura de este país latinoamericano y, según Oropeza, «los venezolanos no tienen problemas para expresarse a través del cuerpo», persisten prejuicios institucionales hacia el empleo del cuerpo en el arte. «Hay una mentalidad conservadora, casi talibana, sobre el cuerpo. Creo que las instituciones culturales del Estado tienen que abrirse a otras estéticas y no solo a la nacionalista, porque se expresa una única visión de la realidad, que no da cabida a todos», opina el coreógrafo. El bailarín Félix Oropeza durante la entrevista. Teatro Teresa Carreño, Caracas, Venezuela. / Cortesía Indira Carpio Olivo Félix Oropeza ha bailado en diversos escenarios del mundo. Su ondular es de bandera nacional. Se mueve con la gracia Caribe del niño de San Agustín, lugar donde «el cuerpo es la celebración de la vida», según define él mismo. La danza contemporánea se zafa los nudos de la clásica y la nacionalista, para inscribirse en la libertad del movimiento como método para expresar una emoción, una idea. En ese sentido, la contemporánea refleja el espíritu de los tiempos. Y los tiempos que corren en Venezuela exigen presencia y parto. Félix Oropeza permanece y crea, en un Olimpo que ha sido desprovisto de las ‘vacas sagradas’ del arte, que sobrevive a punta de malandreo.