Investigadores de Princeton informan en un artículo en la revista ‘Nature’ que el uso ineficiente de la tierra para la agricultura y la producción de combustibles alternativos aumenta considerablemente las emisiones de gases de efecto invernadero.

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Gobiernos y científicos han subestimado el efecto que los cambios en la gestión de la tierra y la alimentación humana tendrían en limitar las emisiones de gases de efecto invernadero.

Proporcionan un «índice de beneficios de carbono» para calcular si los esfuerzos para combatir el cambio climático se ven afectados o perjudicados al cambiar la producción agrícola de maíz a frijoles a soja y a frutas tropicales, o de tierras de cultivo a tierras de pastoreo o bioenergía, o vuelta al bosque.

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«Tenemos que tener en cuenta las implicaciones de las políticas para el uso de la tierra incluso más en serio de lo que han estado haciendo las personas», dice el primer autor, Tim Searchinger, investigador de la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales Woodrow Wilson de Princeton y profesor en el Instituto Ambiental de Princeton (PEI, por sus siglas en inglés).

Searchinger trabajó con los coautores Stefan Wirsenius de la Universidad de Chalmers en Suecia, Tim Beringer del Instituto Humboldt en Berlín y Patrice Dumas del Centro Francés de Investigación Agrícola para el Desarrollo Internacional (CIRAD, por sus siglas en francés). «El problema fundamental es que los responsables de formular políticas y los científicos no han confrontado realmente el hecho de que la superficie terrestre global es limitada –afirma Searchinger–.

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El uso de cualquier hectárea (2,47 acres) para un propósito tiene el costo de no usarse para otro, y estos costos de oportunidad no se han considerado realmente. Se necesita hacer usos más eficientes de la tierra para todos los propósitos».

Debido a que se proyecta que la necesidad de almacenamiento de alimentos y carbono aumente considerablemente en los próximos 50 años, los investigadores querían examinar los cambios en el uso de la tierra o el consumo que contribuirían a mitigar el cambio climático al lograr ambos fines de manera eficiente.

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Reducción de un 70 por ciento en las emisiones con cambios en la dieta

Teniendo en cuenta los costos de la tierra en su totalidad, los investigadores encontraron que las dietas en las naciones ricas tienen consecuencias de gases de efecto invernadero mucho más elevadas que las calculadas normalmente. Informan que la dieta europea promedio produce tantos gases de efecto invernadero por año (9 gigatones, o 9.000 millones de toneladas métricas) como se calcula normalmente para su consumo de todo lo demás combinado, incluida la energía.

Los investigadores encontraron que el cambio de una dieta basada en carne como la carne de res, cordero y productos lácteos a otros alimentos reduciría estas emisiones en un 70 por ciento.

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Proporcionan un «índice de beneficios de carbono» para calcular si los esfuerzos para combatir el cambio climático se ven afectados o perjudicados al cambiar la producción agrícola de maíz a frijoles a soja y a frutas tropicales.

Al mismo tiempo, el clima podría beneficiarse de los cambios en la forma en que se producen los alimentos. Los investigadores descubrieron que un manejo más cuidadoso del pastoreo en una hectárea de tierra en Brasil, de calidad pobre a media, aumentaría la capacidad mundial para almacenar carbono en la misma medida que la siembra de una hectárea de bosque en Europa o Estados Unidos.

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Incluso los pasos intensivos en el uso de la tierra para reducir las emisiones de dióxido de carbono, como el cultivo de combustibles alternativos, pueden ser en última instancia contraproducentes, informan los investigadores. El consumo de etanol o biodiesel contribuye entre dos a tres veces las emisiones de gases de efecto invernadero de la gasolina o el diésel en un periodo de más de 30 años. Por otro lado, los vehículos que funcionan con electricidad de origen solar, incluso utilizando las ineficientes baterías disponibles en la actualidad, producen el 12 por ciento de los gases de efecto invernadero que resultan del uso promedio de gasolina y diésel.

Calcular el uso eficiente de la tierra puede ser difícil porque diferentes usos llevan a distintos resultados, dice Searchinger. «Cuando la tierra pasa de producir maíz a cultivar soja o naranjos chinos, o se convierte en bosque o pastos o cultivos para bioenergía, ¿aumenta o disminuye la eficiencia del uso de la tierra? ¿Cuánto vale el maíz, cuánto los naranjos chinos y cuánto bosque?», se pregunta. El índice que los investigadores desarrollaron responde a estas preguntas estimando el nivel de gases de efecto invernadero que el mundo emite en promedio para producir cada tipo de alimento.

Incluyen el carbono que se habría almacenado en bosques y sabanas convertidas en tierras agrícolas; el carbono no absorbido representa el 20-25 por ciento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera, según informan los investigadores. Al igual que el valor económico de diferentes productos, como un abrigo y un viaje en taxi, puede compararse en función de los costos de producción, el estudio razona que el «valor climático» de un kilogramo de maíz o vegetales puede basarse en la pérdida de carbono al hacerlos.

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Los formuladores de políticas, agricultores o empresas privadas pueden usar ese valor para determinar si el cambio de producir un alimento a otro, o la transición a la bioenergía o la restauración de bosques, genera más «beneficios de carbono» y, por lo tanto, ayuda o perjudica a los esfuerzos para resolver el cambio climático. «Es importante aumentar tanto la eficiencia de la producción en la tierra como la eficiencia de lo que consumimos, pero es igualmente relevante que los responsables de las políticas separen sus esfuerzos para influir en cada uno de ellos», subraya Searchinger.

«Por ejemplo, la carne de res es muy ineficiente para el clima y la gente puede ayudar al planeta comiendo menos, pero mientras la gente exija carne de res, los agricultores pueden ayudar al planeta pastoreando los animales de manera más eficiente –dice–. El solo hecho de desanimar a un agricultor para que produzca carne de res dañaría el clima porque, de todos modos, un agricultor menos eficiente probablemente produciría la carne».

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